Esa que es grito y
salto,
profesora de excesos,
modelo de arrebatos,
desatada bacante
que lleva el pelo
suelto
para inquietar los
aires,
esa
envidia de torrentes,
ejemplo de huracanes
(···)
(Largo
Lamento, [1])
Como apunta el ensayo de
Erika Bornay, la cabellera (especialmente la de la mujer, como imagen
del acto de cuidarla en ritos o ceremonias) ha sido desde hace siglos
un símbolo erótico polivalente, que tanto alude a la fuerza vital
humana y femenina como activa el subconsciente masculino en su
recuerdo del pubis de la mujer o representa el control de ésta sobre
el sexo opuesto. La cabellera de la mujer es un recurso que ha sid
utilizado incontables veces por autores alrededor del mundo en todas
las disciplinas artísticas: la literatura no es una excepción.
En la obra de Salinas
encontramos alusiones y descripciones del cabello de muchas de las
figuras femeninas (tanto personificaciones como lo que podemos
suponer una amada real), y éste elemento enriquece y matiza la
descripción al tiempo que añade significación y constituye un
recurso dentro de un recurso: no sólo el cabello es importante en
cuanto a color o textura, sino a la manera de llevarlo o cómo vuela,
creando figuras evocadoras de sentimientos distintos a los que priman
en el poema o reforzando la idea principal. Los usos del cabello en
la poesía de Salinas sirven también para el establecimiento de
vínculos con otros poetas, en lo cual también recuerda la intención
pedagógica de la generación del 27 y desde luego deja patente la
gran formación cultural y conocimiento literario del autor (que era,
además, profesor). El cabello deja de ser otra parte del cuerpo para
hacerse un lugar propio, una especie de discreto valor independiente
que no sólo embellece a la mujer sino que es también instrumento y
sensualidad: el poeta no sólo se acuerda de la mujer por sí misma,
sino de los detalles que la componen (sus curvas, el brillo de su
mirada – o su cabello.) A pesar de que venga de lejos esta función
del cabello como recordatorio de la amada (por ejemplo, en la
Inglaterra del siglo XIII era común que los amantes llevaran un rizo
del pelo de la mujer prendido en un anillo o un colgante, mientras
que, curiosamente, las mujeres se contentaban con llevar un pequeño
retrato colgado), Salinas le da una nueva dimensión a la tradición
al convertirla en parte de este entramado de conexiones universal,
que alcanza todas las épocas y lugares.
A pesar de esto, la
referencia a la cabellera de la mujer no siempre es clara y directa.
De hecho, podría parecer que hay en parte de los poemas de Salinas
una evasión reiterada e intencionada al tema. En el poema séptimo
de Largo lamento, por ejemplo, nos habla de cómo la mujer le
da la espalda, se la vuelve; no hay ninguna mención al cabello de la
misma a pesar de que, siendo característicos los cabellos largos de
la mujer como icono o símbolo, habría sido un recurso fácil de
explotar que hubiese resultado incluso más coherente mencionar que
eludir. Sin embargo parece que la “facilidad” en lo que a
impresiones se refiere no es a lo que aspira Salinas: su poesía, que
sabemos (y parece saberse) elaborada y estudiadada, destaca tanto por
todo lo que incluye como por lo que decide omitir (lo cual,
inevitablemente, lleva al lector a pensar también en lo omitido,
como una “red de lo no relacionado”). Es todo una especie de
juego con el lector que le lleva a crear él mismo sus propios significados, confundiendo quizá la intención del poeta con su simbología, pero, finalmente, haciendo lo que la generación del 27 quería conseguir con su poesía: que el lector creara y que que el lector aprendiera.
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